Hace mucho, mucho tiempo... escribí este artículo, pero cada vez que lo leo... me siento más cerca de la verdad.
Sirva como homenaje a todos los mosqueros que se esfuerzan por comprender la pesca con mosca.
Es tal el desconcierto que tenemos en ciertas ocasiones puntuales sobre la actitud, condición o posición de los peces que pretendemos pescar, que a la mayoría de los mosqueros noveles, y aún a muchos veteranos o experimentados, nos resulta difícil elegir una forma de actuar para desenvolvernos con éxito en estas situaciones, en las que los peces nos hacen percibir nuestro nivel de competencia y nos hacen sentir tan humildes como lo son nuestros fallidos plagios que pretenden ser copias de lo imposible, sin darnos cuenta de lo absurdo que es intentar emular las propias obras de la naturaleza. Aunque muchos de nosotros lo intentemos, lo único que conseguimos son meros y simples esbozos abstractos, inconcretos e indefinidos, con una vaga similitud de importancia, pero sin valor natural alguno.
Aun así, y habiéndose escrito sobre este tema en innumerables ocasiones, pretendo ayudar a los más novatos en este maravilloso arte que es la pesca con mosca y cola de rata, basándome en mis propias experiencias y costumbres, poniendo en práctica algunos de mis métodos, técnicas y procedimientos de actuación en estas ocasiones difíciles en las que solemos encontrarnos, sin tener más argumento que el “no sé que hacer. En estos momentos, no sé que carajo están comiendo”.
Siempre se ha dicho que la observación es muy importante. Yo voy más lejos y digo que es básico, fundamental, esencial. Sin la observación generalizada de todo lo que se desenvuelve y rodea nuestro medio no podremos hacer un sencillo análisis de las condiciones en las que nos encontramos para desentrañar los enigmas que rodean a insectos, peces y mosqueros en situación de la práctica de la pesca.
No es necesario ser un experto entomólogo, aunque sí conviene conocer, (y no pecar de ignorancia), el desarrollo de los insectos y su evolución en su medio natural con sus aspectos fundamentales. Esto nos ayudará a no cometer errores que harían que nuestro intento por conseguir que los peces tomen nuestras artificiales no sea un categórico fracaso, con la consiguiente desilusión. Es obvio que debemos conocer al menos el aspecto y la forma de determinados insectos, para conseguir unas imitaciones lo más dignas y plausibles creando la suficiente incertidumbre en los peces como para que aumente su interés atractivo hasta el punto de que supere al de su desconfianza.
Ahora ya estamos en la orilla del río. Son las diez de la mañana de un día de mediados de junio. Hemos dedicado unos minutos a la observación. No resulta muy difícil y, cuando nos acostumbremos, sabremos qué es lo más adecuado para poner en el final de nuestra línea. Lo ilustraremos con un ejemplo: observamos que es el principio de una eclosión de insectos. Hay tomadas en superficie y nuestros nervios se ponen de punta. No hay que precipitarse y continuar con la observación, aún no vemos el insecto tomado.
Si dedicamos unos minutos más a ese pez en actividad, veremos cómo unas veces toma algún subimago y otras ha tomado algo que para nuestros ojos no existe. Es muy posible que esté tomando todo el alimento que le llega por encima y por debajo de la superficie del agua. Pasado algún tiempo más, y a medida que la eclosión aumenta en cantidad, observamos que su actividad se reduce a lo que ya no somos capaces de ver. Toma únicamente los insectos aún por eclosionar, los emergentes, y hace caso omiso de todos los subimagos que flotan por encima del pez, en la superficie. Es en este momento cuando tendremos que tomar la decisión de elegir nuestra imitación más adecuada.
Supongamos que hemos llegado antes de esta situación al río. Nos disponemos a pescar una zona de aguas movidas, pero no rápidas. Con una profundidad media de un metro, en un río no demasiado grande. Como es natural, dedicamos un momento a la observación y no vemos que haya actividad alguna, ni por parte de los peces ni de los insectos. Las truchas (en este caso) deben de estar pegadas al fondo, esperando algún alimento fácil. Sin moverse demasiado. No les conviene gastar nada de su energía por una comida que saben tendrán en abundancia a una hora determinada del día. Su tónica es descansar y esperar.
En nuestro afán por pescar, nos metemos en el agua. Hemos montado en punta una larva de tricóptero lastrada. De un color verde oliva, con el tórax de color teja en dubbing deshilachado. Unos treinta centímetros más arriba y con una hijuela de ocho a diez centímetros se encuentra también una emergente, una pupa de tricóptero.
Llevamos algún tiempo pescando con esta técnica y hemos obtenido algunas picadas y capturado alguna trucha, pero ya observamos alguna cebada en superficie y vemos cómo eclosionan algunos insectos, principalmente bétidos. Es el principio de una eclosión. Nos conviene cambiar las ninfas por una imitación de subimago del mismo tamaño y color de los que vemos eclosionar. Tendremos alguna subida y capturaremos algún ejemplar, pero conforme aumente en número la eclosión, los rechazos serán cada vez más numerosos, llegando incluso a divisar cómo alguna trucha se está cebando de forma continuada haciendo caso omiso de nuestra imitación de subimago e incluso de todos los subimagos naturales que derivan por encima de ella.
Existe un momento, más o menos duradero durante la eclosión, cuando ésta alcanza su máximo auge y la superficie del agua está tapizada de insectos, en el que las truchas no toman subimagos, si no que únicamente lo hacen con los emergentes. Es tal la abundancia de ellos, que aunque el recorrido del emergente sea inferior al de un subimago, tienen tiempo suficiente para alimentarse sin parar y sin la necesidad de asomar la cabeza fuera del agua. Por está razón observamos cómo se mueve la superficie sin que el pez tome nada aparente.
No deberá ser duradera nuestra decepción, si disponemos de una imitación emergente, del color y proporciones adecuadas a las del insecto que está eclosionando en esos momentos. Aunque estos casos (y ésta es una opinión muy personal) en que los peces toman solamente emergentes, suelen darse casi siempre con abundantes eclosiones, no debiera ser impedimento para que el mosquero versado y con autoridad, con su experiencia, práctica, destreza y habilidad, consiga, junto con alguna de sus oportunas y acertadas imitaciones, engañar los suficientes peces como para pasar un rato inolvidable dentro de su entorno preferido, practicando su afición favorita, sin tener que decir aquello de “Hube de dejarlas por imposible”.
Con todo, alguna vez nos ocurrirá que no tengamos aquello de lo que “ellas” se están alimentando y que sea la causa de nuestra desesperación. Pero la pesca con mosca es precisamente esto. Un discurrir para descubrir nuevas formas y modos que entre todos los que nos dedicamos a ella, no cesamos en nuestro empeño por hacer de este arte nuestro deporte favorito y que es la base fundamental de su atractivo.
Pero... éstas, no son más que divagaciones de un mosquero.
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